viernes, 10 de diciembre de 2010

Dos

Sin saber por qué, mientras la Sra. Lomax preparaba el desayuno, sintió una sensación inequivoca de vértigo y adivinó que su matrimonio se precipitaba hacia el abismo. Si bien tal vez lo había experimentado antes, con el sueño aún colgando de los párpados y ensimismada en la contemplación del Niágara cándido y dimituto de leche templada que vertía en los risueños tazones en que daba de desayunar a los críos, se imaginó con claridad haciendo rafting por ahí, desayuno abajo.
Bostezó.
Después, de ese modo anterior a lo verbal en que los seres humanos se suelen comunicar consigo mismos, se dió por informada de que aquella nueva zozobra en lo personal era cuestión de tiempo y creyó saber que, si bien la ruptura no sería inminente, sí sería, inevitable.
Se le antojó entonces que a veces la lucidez se da cuando menos se la espera y que la inteligencia humana es capaz del conocimiento de un millón de maneras ininteligibles y en capas, cuando menos, caprichosas.
Justo después, casi fue capaz de cartografiar de memoria la geografía de tibios desencuentros y de ingratas discusiones que ante ella se desplegaba, pero mientras el desayuno se enfriaba sobre la encimera, esa misma inteligencia anterior a las palabras con la que acababa de contactar, la hizo inclinarse hacia la ventana y mirar de reojo a unos grises nubarrones que, recostados sobre un horizonte rojo burdeos de tranvías fugaces, le sugirieron cierta vocación de permanencia; lo que la hizo suspirar después de un inapresable y profundo nanosegundo de añoranza.

Copyright J.M.Bielsa-Gibaja. Todos los derechos reservados.

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