lunes, 13 de febrero de 2012

Cuatro (Reedición)

Después de haber presenciado como los políticos y los banqueros orinaban todas las mañanas sobre la igualdad, la justicia y el bienestar para después escuchar a la felicidad vertiéndose por el desagüe.
Justo tras haber observado cómo la ciencia, lejos de liberarle de sus cadenas, había acabado por estar al servicio de quienes apretaban sus grilletes.
No sin haber apreciado antes con cláridad cómo los filosofos habían alcanzado finalmente el supremo estadio del conocimiento que consistía en no saber ya ni dónde tenían la mano derecha.
Más o menos el día en que intentó buscar la felicidad en un centro comercial para no encontrarla.
Mucho después de preguntar por la verdad y de que le aseguraran que no existía, aunque la mentira sí.
Una vez hubo constatado que la prensa no se había vendido al capital, sino que era el capital mismo.
Tras haber llegado a la conclusión de que Dios andaba perdido en alguna parte del cielo, posiblemente durmiendo la mona y sin la menor intención de volver.

Es decir, después de haber sido minuciosamente deconstruído por una realidad deliberadamente caótica, tras veintitrés años, siete meses y cinco días devanándose los sesos aplastado en su mecedora, el personaje jamás creado por W.Faulkner llamado Travis S. Merryman Jr. Llegó, a la sombra del sicomoro que plantara su tía Mary Sue Merryman, jamás creada tampoco por W. Faulkner, a la conclusión de que ya no era capaz de creer en nada.

En nada excepto en que la conciencia era una especie de burbuja, de ahí su fragilidad y el escaso rendimiento de sus intercambios con el entorno y que, en el caso de los niños, era más bien una irisada y brillante pompa de jabón flotando felizfelizfeliz en el aire azul de un fugaz mes de Junio.

Copyright J.M.Bielsa-Gibaja. Todos los derechos reservados.

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