martes, 25 de enero de 2011

Cuatro (Reedición)

Después de haber presenciado como los políticos y los banqueros orinaban todas las mañanas sobre la igualdad, la justicia y el bienestar para después escuchar a la felicidad vertiéndose por el desagüe.
Justo tras haber observado cómo la ciencia, lejos de liberarle de sus cadenas, había acabado por estar al servicio de quienes apretaban sus grilletes.
No sin haber apreciado antes con cláridad cómo los filosofos habían alcanzado finalmente el supremo estadio del conocimiento que consistía en no saber ya ni dónde tenían la mano derecha.
Más o menos el día en que intentó buscar la felicidad en un centro comercial para no encontrarla.
Mucho después de preguntar por la verdad y de que le aseguraran que no existía, aunque la mentira sí.
Una vez hubo constatado que la prensa no se había vendido al capital, sino que era el capital mismo.
Tras haber llegado a la conclusión de que Dios andaba perdido en alguna parte del cielo, posiblemente durmiendo la mona y sin la menor intención de volver.

Es decir, después de haber sido minuciosamente deconstruído por una realidad deliberadamente caótica, tras veintitrés años, siete meses y cinco días devanándose los sesos aplastado en su mecedora, el personaje jamás creado por W.Faulkner llamado Travis S. Merryman Jr. Llegó, a la sombra del sicomoro que plantara su tía Mary Sue Merryman, jamás creada tampoco por W. Faulkner, a la conclusión de que ya no era capaz de creer en nada.

En nada excepto en que la conciencia era una especie de burbuja, de ahí su fragilidad y el escaso rendimiento de sus intercambios con el entorno y que, en el caso de los niños, era más bien una irisada y brillante pompa de jabón flotando felizfelizfeliz en el aire azul de un fugaz mes de Junio.

Copyright J.M.Bielsa-Gibaja. Todos los derechos reservados.

sábado, 1 de enero de 2011

Tres

A veces el marino se retuerce sobre la hamaca como si tuviera un cartucho de dinamita en el culo. A veces tiembla y se estremece. A veces suda frío. Jura en voz baja a la sombra del maldito sicomoro pero ya hace tiempo que no se hace cruces por nada. Se diría que ni siquiera languidece aplastado sobre su mecedora.
Aprendió de la mar a no tener certeza alguna y a no dar amor ni hacienda alguna por segura, tampoco le preocupa demasiado, todavía una vela en el horizonte le hace soñar lo justo el tiempo necesario. Ha aprendido de la mar a no tener prisa, pero no ha aprendido todavía la constancia de la ola, aunque prefiere la madrépora al bosque y las perlas a los guisantes, y eso casi le consuela vagamente, de momento.
Lo vive todo muy sin querer.
Igual que calienta el sol sin llama de cada invierno, o duerme la semilla del cáncer en el corazón de un ángel de siete años y no sabe si llorar o reir pensando que en esta acumulación de génesis inciertas reside él mismo, el mundo, las estrellas.

Copyright J.M.Bielsa-Gibaja. Todos los derechos reservados.