martes, 20 de septiembre de 2011

Once

A la sombra del sicomoro jamás descrito por W. Faulkner que plantara su tía Mary Sue Merryman, a poco de darse cuenta de que el sol terminaría por abrasar los ya castigados sesos de su sobrino, al marino se le ocurre hoy que igual que la música se extrae del silencio o tal vez desde un recóndito estrato, porción o proporción del ruído sobre el que se edifica, el sentido no brilla sino en la forma de un guiso más grato al paladar que cualquier otro de los muchos que se destilan en la oscura cocina en que se cuece la locura.
Se le ocurre que la virtud no resplandece nunca sino desde el lodo de su ausencia y se le ocurre que la certeza o la verdad esperan, en el mismo fondo de vasija en que fermentan las heces del vino de lo incierto y la mentira, la mirada precisa que llegue y las descubra.
Se le ocurre que todo en la vida parece ir hacia lo que tiene nombre y es uno a pesar de venir desde la complejidad de lo indiferenciado.
Se le ocurre porque, aislado, contemplando la realidad, ese estadio eternamente incompleto y sobrevalorado de las cosas, tal vez cree que con eso ya ha cumplido y se ha ganado un plato de judías.
Relativamente orgulloso de cuanto ha alcanzado a saber hoy, antes de olvidarlo mañana o dentro de dos cervezas, mientras el mundo se desmorona a su alrededor, a la sombra del sicomoro que le cobija, al filósofo deshauciado llamado Travis J. Merryman, se le ocurre que debe ser precisa este hambre de las cosas por ser desde la bruma de lo que no es, mientras todo parece llevarle, una vez más, la contraria.
Hoy no come.


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miércoles, 7 de septiembre de 2011

Soñaremos con California diciéndote adiós sobre las olas (Fragmento)

..."El problema es que si no ganas nunca, si no aciertas jamás, acabas por enloquecer a base de cuestionarte todo.
El problema es ése hombre que no conoces tú y sin embargo te conoce a ti porque probablemente está en tu principio y habrá de estar en tu final. Es ése otro hombre que no aparece en el espejo, que sólo se adivina al fondo de los ojos que miran al fondo y que demasiadas veces ignora el porqué de lo que hace y dice; es ese tramoyista del yo que es más rápido, más sensible, más sutil y mejor, que decide por nosotros sin decirlo y llegado el caso volvería a hacer lo mismo porque es incapaz de ver el error que los demás adivinan o porque, a fin de cuentas, no podría ser otro ni aunque lo deseara por encima de todas las cosas.
El problema es la cabeza que da vueltas dentro de nuestra cabeza. La sombra adivinada que opera al otro lado. Justo donde no alcanzamos. Es ese orden imprescindible cuya razón se nos escapa. La inercia de lo vivo apresurándose a colocarle al pensamiento las barreras que necesita para que todo tenga pies y cabeza o por lo menos, lo parezca. Es lo muerto que resulta, o que queda fuera, o a un lado, o se pierde o no cuenta, o sabe Dios por dónde habrá de salir o sobre qué lecho será que precipita.
El problema es el lugar común que da sentido a todo el asunto y sin el cual se supone que no funciona. Es que al fondo de tantos signos y tantos colores, de tantas formas y tantos mensajes no hay nada y está vacío. El problema es que no funciona. Simplemente gira aquí y allá, sin objetivo, disgregado, múltiple, contradictorio, amarillo.
-“Doscientas veinte.” Dijo la arpía.
La vida se parece a la baraja en los comodines. En los pretextos con que completamos la mano y sin los cuales no tendríamos jugada. El problema es que de pronto podemos perderlos en una apuesta y entonces la vida deviene un largo farol que más tarde o más temprano se acaba por descubrir y es el que lleva todo el mundo pero, a grandes males, grandes remedios y para algo se marcaron las cartas a base de fe y se repartieron, igual que los naipes, las celestes coartadas".

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