martes, 20 de septiembre de 2011

Once

A la sombra del sicomoro jamás descrito por W. Faulkner que plantara su tía Mary Sue Merryman, a poco de darse cuenta de que el sol terminaría por abrasar los ya castigados sesos de su sobrino, al marino se le ocurre hoy que igual que la música se extrae del silencio o tal vez desde un recóndito estrato, porción o proporción del ruído sobre el que se edifica, el sentido no brilla sino en la forma de un guiso más grato al paladar que cualquier otro de los muchos que se destilan en la oscura cocina en que se cuece la locura.
Se le ocurre que la virtud no resplandece nunca sino desde el lodo de su ausencia y se le ocurre que la certeza o la verdad esperan, en el mismo fondo de vasija en que fermentan las heces del vino de lo incierto y la mentira, la mirada precisa que llegue y las descubra.
Se le ocurre que todo en la vida parece ir hacia lo que tiene nombre y es uno a pesar de venir desde la complejidad de lo indiferenciado.
Se le ocurre porque, aislado, contemplando la realidad, ese estadio eternamente incompleto y sobrevalorado de las cosas, tal vez cree que con eso ya ha cumplido y se ha ganado un plato de judías.
Relativamente orgulloso de cuanto ha alcanzado a saber hoy, antes de olvidarlo mañana o dentro de dos cervezas, mientras el mundo se desmorona a su alrededor, a la sombra del sicomoro que le cobija, al filósofo deshauciado llamado Travis J. Merryman, se le ocurre que debe ser precisa este hambre de las cosas por ser desde la bruma de lo que no es, mientras todo parece llevarle, una vez más, la contraria.
Hoy no come.


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