jueves, 21 de abril de 2011

Seis

Hoy todo es un ruído.
El eco de los niños de vuelta al patio de los colegios, los platos de loza arrojados al fregadero, la música prescindible de otra emisora estúpida. Los coches apresurados, las palomas que se aparean otra vez y arañan la chapa del alero, los gritos de los obreros, el frenazo del autobús, como un animal de tiro que resopla apurado. El perro que ladra en el jardín vecino. Su estómago que muge como una vaca a punto de parir, el soplo de su corazón, el saxofón desafinado de sus bronquios tapizados de alquitrán y trazas de tabaco.
Hoy todo es un ruído.
Hay días en que oye distinto.
Días en que la dimensión sonora de las cosas supera a todas las demás y como resultado de ello, hoy todo es fundamentalmente un ruído. Hasta el puto sicomoro es un ruído adosado a una sombra adosada a un verde adosado a un leve movimiento vagamente pendular.
El sol. Las sombras. Los peces. Los pájaros. Las olas. El rudimento de sus pensamientos, la confusión de sus ideas atolondradas e inútiles, sus proyectos siempre inacabados, la niebla de sus recuerdos en la memoria, sus sueños reducidos a una música desafinada y fragmentaria, sus miedos, su impotencia para encontrar un empleo y rehacerse y sobre todo, el temor a perderla a ella, que no es un ruído, sino una música fiera atravesando sus neuronas mientras cruza el porche resoplando como una bestia encerrada, sudando hermosa con el pelo recogido sobre la nuca y la bayeta amarilla en la mano.
Mirándole de reojo de una manera jamás descrita por W. Faulkner que hoy, por cierto, es también un ruído.

Copyright J.M.Bielsa-Gibaja. Todos los derechos reservados.

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